La próxima vez que me pregunten con aire de suficiencia por qué sigo considerando las salas de cine como templo de lo audiovisual en vez de rendirme a los cantos de sirena de nuestras televisiones de 50 pulgadas, miraré a mi interlocutor y formaré con la boca, silenciosa pero reconociblemente, la palabra "Gravity". Una experiencia cinematográfica que va más allá de ver imágenes en una pantalla para dejar su impronta donde de verdad importa: En la mente y en el corazón. La epopeya espacial de Alfonso Cuarón es una de las más bellas demostraciones de por qué necesitamos mantener esos lugares mágicos en los que, callados y a oscuras, nos sentamos a compartir historias con otros mientras las vivimos y sentimos privadamente.