Vuelve el mayor evento de la WWE y tras una temporada bastante desconectado del tema, veo que todo ha cambiado... para seguir igual. Si algo caracteriza a este espectáculo es la facilidad con la que uno puede volver a verlo y sentir que no se ha perdido nada. Y no me refiero ya a esos pequeños vídeos con el resumen de cada trama que precede a los combates, a los que solo les falta una voz con "Anteriormente en la WWE..." sino a la naturaleza recurrente de su narrativa.
Al margen de peleas de calentamiento con varias parejas por un lado y un Royal Rumble rápido de resultado predecible, el espectáculo comenzó con una pelea de escalera por el título intercontinental. El premio de consolación de la WWE por excelencia se convirtió en una lucha entre todos aquellos luchadores prometedores, y en ocasiones caídos en desgracia, que no hay manera de que alcancen la primera división. Con Daniel Bryan oscilando entre el amor del público y el desprecio de los directivos, su presencia en el combate parecía más un castigo que un premio.
Las impresiones del resto del evento, libres de spoilers, tras el salto.
El evento empezó a tomar forma con su segundo combate. Randy Orton estaba atrapado en una trama con Seth Rollins, alguien llamado a ser "el futuro de la WWE" en uno de estos pintorescos momentos que mezclan realidad y ficción. En una extraña dinámica de prevalecer sobre el pretendido sucesor, una pelea técnicamente sobresaliente no terminaba de hacer funcionar su narrativa. Y es que claro, si Seth Rollins tiene visos de heredar las maneras de alguien, parece que el retirado Edge resuena más cerca del personaje que interpreta.
La segunda pelea traía expectación, aunque no se podía evitar cierto grado de decepción. Triple H, en su papel de ejecutivo totalitario heredado de su suegro, se enfrentaba a Sting, venido directamente del pasado de la WCW en su papel de vigilante. La decepción se debía a que buena parte del fandom siempre ha querido ver a Sting frente al Enterrador, pero al menos este era un buen segundo plato. Y mal no estuvo, no nos vayamos a equivocar, pero una vez más la WWE pecó de exceso, de ansias de homenaje, de apelación a la nostalgia, y lo que había sido un combate interesante devino en un final emborronado y algo torpe.
Tras el paso de las divas, cuyos combates no terminan de funcionar todo lo bien que podrían y los nuevos miembros del Hall of Fame (alguno bastante demencial) llegaba la hora de jugarse el campeonato de los Estados Unidos en una trama que no esperaba encontrarme en 2015. Estamos hablando de que John Cena, aspirante al cinturón, más americano que la tarta de manzana, debía de arrebatárselo al malvado ruso Rusev, actual campeón. Tremendo. Tan retro que resultaba casi rejuvenecedor. El combate merece la pena aunque sea solo por la delirante entrada de Rusev, con soldados y todo, portando la bandera rusa. Me costó contener las ganas de ir a verme Rocky 4 y todo.
Interludios variados y actuaciones musicales al margen, llegaba el que era para mí el combate más interesante de la velada. Aunque no hubiera nada "en juego", ni fuera el principal de la noche, quería ver si el Enterrador estaba tan cascado como el año anterior y cuánto juego podía dar con el siniestro Bray Wyatt. El comienzo fue algo desmerecido, dado que aunque ya atardecía, el horario diurno no acompaña para nada bien a las características entradas de ambos luchadores. Pese a todo, y apoyado por la ovación del público, el Enterrador estaba en bastante mejor forma que el año previo, y junto con Bray Wyatt pudieron desplegar buena parte del repertorio y de los ritmos que caracterizan a un combate de este tipo.
Y finalmente llegó el evento principal, que como otras veces, sobre todo para los fans del Enterrador como yo, nunca es el combate principal. Al margen de ese tipo de favoritismo, la verdad es que el evento principal prometía poco más que contundencia. Por un lado teníamos a Brock Lesnar, físicamente impresionante pero con poco juego de cara a la trama. Por el otro a Roman Reigns, favorito de la dirección, legado de familia de luchadores y en general no demasiado apreciado por el público. Con el cinturón de la WWE en juego, el combate cerró el Wrestlemania con dignidad y salvando los papeles mejor de lo esperado, aunque resultando algo pesado.
Si la WWE consigue centrarse un poco y moderar tanto el énfasis que hace en sus superestrellas favoritas como el excesivo apego al pasado, tiene bastante material bueno con el que trabajar. Ya sé que pedir moderación es impropio de mí y puede resultar chocante en algo como la lucha libre, pero la línea que camina este espectáculo es fina y a veces hay que actuar con cierta mesura.
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