miércoles, 13 de noviembre de 2013

La Senda del Cabronazo

Mark of the Ninja se ha convertido de golpe y porrazo en uno de los juegos que más me han gustado en lo que llevamos de año, algo sorprendente para venir de un género, el sigilo, que hacía tiempo que no disfrutaba como dios manda. Creo que tiene que ver con cierta claridad en la comunicación,  limpieza en las mecánicas y asesinos en pijama. Veamos.


A mí antes me gustaban los juegos de sigilo. O componentes de sigilo en juegos donde tal vez no les era propio. Era divertido gusanear en las esquinas oscuras, relamerte con las maldades que estabas a punto de desencadenar sobre Guardia Anónimo #37 y orquestar planes donde eras más listo que el enemigo, más listo que "ellos". Pero luego vino el mal. Juegos donde el sigilo no me hacía ni fu ni fa, donde los componentes ajenos a él eran más interesantes que la propia sutileza, juegos que no tenían aquello que yo buscaba, que anhelaba, que añoraba. Así que me pasaba los días lluviosos mirando triste por la ventana y rejugando Tenchu 2, llorando en la ducha y corriendo como pollo sin cabeza en el Mónaco. Y luego probé Mark of the Ninja.

Sigilo en 2D, un ninja con un inventario creciente de maniobras y juguetes, desde el apuñalamiento a través de puerta hasta insectos devoradores. Guardias anónimos a manos llenas. ¿Sería esta la tierra prometida? El juego es divertido y variado; conjuga trampas variopintas y guardias con distintas habilidades con soltura; presenta escenarios en los cuales rara es la ocasión en la que solo una solución es posible. Me había enamorado. Pero... ¿Cuál es el secreto del juego para tenerme embobado? Vale que me gustan los ninjas, la estética está chula, el ritmo es ágil...

Una imagen que muestra algunas de las virtudes del juego. Y que los perros son unos cabrones.

Pues la interfaz, señores. Esa cosa a veces obviada que sirve de puente entre juego y jugador, especialmente importante en este género donde puede resultar frustrante ser descubierto y no saber por qué. Yo venía contento con la manera del Mónaco de comunicar ciertas cosas, pero en este caso me quedé embobado. Basta con ampliar la imagen superior y contemplar la grandeza. En un solo vistazo somos claramente conscientes de (además de haberla jodido) todos los elementos de juego cruciales de la escena: Vemos los conos de luz con claridad (en caso de estar fuera de ellos, nuestro amado ninja no sería más que una silueta negra), un punto en el techo al que agarrarse, el área de ruido que se hace al correr, un jarrón donde se podría haber ocultado...

De esta manera, no hay otro diagnóstico posible: Mark of the Ninja atraerá a veteranos del sigilo con promesas de amor eterno y puntuaciones mejorables, además de resultar claro y diáfano para aquellos que no se acerquen al género ni con un palo. Recordarás lo molón que es ser un jodido ninja, como si esto fuera el supercine del pasado, encarnando a un personaje al cual un cambio en el color del pijama lo dota de nuevos y singulares poderes. Mola ser un ninja, porque cuando el enemigo es superior en armamento y número solo queda un camino. La Senda del Cabronazo.

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