La Lengua Madre es una obra de teatro que toca una de mis debilidades: la importancia de la palabra y cómo el mundo de hoy en día la está vaciando de significado. Durante hora y media Juan Diego se bate el cobre de manera soberbia y nos acerca un texto de Juan José Millás para contarnos a través de un personaje entrañable y atolondrado; lúcido y estupefacto, que somos lo que hablamos y que la palabra es nuestra aliada.
La Lengua Madre es un monólogo que me ha provocado sentimientos encontrados. Por un lado aprecio como el que más el hecho de que Juan José Millás se haya dedicado a criticar el vaciado de contenido al que el mundo moderno, los eufemismos y la corrección política han sometido a las palabras. Pero por otro, no puedo dejar de entristecerme ante el hecho de que la manera de saldar cuentas con esta injusticia se haga a través de un soliloquio que abunda en el humor.
Juan Diego demuestra su calidad con una actuación espléndida. Si uno la analiza con un mínimo de interés descubrirá que en un texto tan ligado a la palabra, Diego la domina. En todos sus sentidos. Domina el volumen de su voz (al principio pensé que usaba micrófono de lo claramente que se le escuchaba), domina la dicción, juega con la entonación, controla el tempo de las frases y recurre con facilidad pasmosa a todos los recursos vocales al quebrar la voz, susurrar, gritar... con técnica tan perfecta que olvidas que lo hace adrede. Además, y como sucede con todos los buenos actores, ni el texto parece acomodarse a él, ni él se acomoda al texto. Simplemente fluye como si fuera su discurso natural. Compone un personaje medio despistado, medio socarrón, medio campechano simplemente con un ligero encorvamiento de hombros, una mirada inquieta ligeramente extraviada y unas gafas.
La obra se escora hacia lo humorístico, lo que le permite impactar con contrastes, pero queda poco incisiva. |
En cuanto al texto en sí, es evidente que el toque de humor es algo buscado. Es evidente que en toda la obra subyace el mensaje de "estamos hablando de tonterías, pero trasládalo a otros aspectos de la vida y ya verás como dejas de reirte". La ruptura entre lo liviano de lo que se cuenta y lo terrible de lo que se critica es tal, que cuando Juan Diego salta del humor de la situación imaginaria que relata a la cruda realidad de nuestra actualidad, la sala queda en un ensordecedor silencio. El choque es repentino y brutal y por unos segundos el público se siente como examinado, como si estuvieran ellos sobre el escenario, casi avergonzados de lo que se han reído y de no haber comprendido nada. Es el mejor momento de toda la obra.
Personalmente hubiese preferido guardarlo para el final. Terminar con desazón y no con el ligero toque incluso optimista con el que termina. Hay cuestiones que requieren de un impacto cuanto más grande mejor, si es que van a dejar huella perdurable en el espectador.
Puesta en escena espartana: Un señor, una mesa, una silla y poco más. Y a entretener hora y media. Con dos cojones. |
Indicaciones: Minimalistas. Magos del lenguaje. Buscadores de temas profundos presentados de manera amena y a la chita callando. Si crees que el teatro es sobre todo el actor, aquí tienes Teatro.
Contraindicaciones: Si nunca vas al teatro quizá sea mejor que elijas algo más convencional para empezar. Si no soportas por ejemplo, a Tarantino, ver hora y media a alguien rajando te puede volver loco.
Interacciones: El Club de la Comedia, soliloquios teatrales varios.
Efectos Secundarios: No te preguntes si es normal que te haya entretenido. Es normal. Y no, seguramente tú no eres capaz de hablar durante hora y media sin aburrir. Suponiendo que te pudieras aprender el guión de memoria, claro.
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